Inteligencia Artificial
Más allá de que comparte las iniciales con Micky Mouse y con Marilyn Monroe, y de que curiosamente trabaja en el instituto de tecnología de Massachusetts, Marvin Minsky es sinónimo de Inteligencia Artificial.
Hace muchos años, los entusiastas hablaban de que para estos años las computadoras estarían pensando y que podrían estar alcanzando el nivel de inteligencia de un ser humano. Marvin era uno de ellos.
En una charla que presentó hace poco, titulada "Ya pasó el 2001, dónde está HAL" Minsky reflexiona acerca de la I.A. recordando a la computadora que, en Odisea del Espacio de Arthur Clarke, enloquece y se vuelve contra los humanos que conducen la nave. Las computadoras enloquecen, eso es cierto, pero por ahora sin ninguna inteligencia ni atisbo de mayor independencia de los comandos que se le dan.
En esta charla Minsky explica que una de las razones más importantes por las que no existe una computadora pensante es que la conciencia humana no existe. Anota que la palabra conciencia "es un concepto maletín" como una idea que engloba la miríada de cosas que suceden en el cerebro humano.
Sacude las manos sobre el remolino de furiosas reacciones químicas que produce el cerebro en su actividad y no encuentra nada. Para una persona que está buscando la inteligencia artificial, esta conclusión debe ser al menos demoledora. Su camino entonces es fraccionar todos los elementos que hacen a un ser humano en su vivir, tratar de reproducirlos con cierta independencia y darles a todos un mismo timbre de voz para que suene como si se tratara de una misma persona. Cómo si eso fuera la ilusión de la conciencia que tenemos todos.
Si las personas que deben dirigir un estado le hicieran caso a los psicólogos que insisten en que el yo no existe, y ahora a Marvin que insiste en que la conciencia es una ilusión, los ciudadanos tendrían la salvedad de no cumplir las leyes, o la necesidad de tener licencias de conducir para el Super-Yo y otra para el Ello. Los policias tendrían que poder diferenciar quién maneja.
Si se hace un análisis más razonable de lo que Marvin Minsky habla, podemos entender que su conclusión no surge de patear el tablero, sino de las conclusiones de muchos investigadores que afirman en escencia lo mismo: fueron hasta lo más recóndito e infinitesimal del cerebro humano y no pueden encontrar a la entidad de la que todos somos concientes, de alguna manera.
Los científicos más radicales describen al cerebro humano como una computadora cuántica. Ésta produce la conciencia en un plano simultáneo en el que no se puede ubicar el origen de la reacción sin detenerla. Algo parecido a lo que sucede al tratar de determinar la posición de una partícula.
Isaac Asimov inventó el cerebro positrónico para sus libros de ciencia ficción, posiblemente porque entendía que no se trataba de tener una computadora veloz, sino simultánea, con procesos que entregan resultados no a una entidad observable, sino a un estado. Al buscar la conciencia se buscan los cables, y podría ser mejor buscar ondas de radio.
La abstracción es una necesidad humana que nos habla más de la conciencia que el pensamiento mismo y es posible que su dirección física se encuentre en un espectro para el que tengamos que tener la mente realmente abierta.
Hace muchos años, los entusiastas hablaban de que para estos años las computadoras estarían pensando y que podrían estar alcanzando el nivel de inteligencia de un ser humano. Marvin era uno de ellos.
En una charla que presentó hace poco, titulada "Ya pasó el 2001, dónde está HAL" Minsky reflexiona acerca de la I.A. recordando a la computadora que, en Odisea del Espacio de Arthur Clarke, enloquece y se vuelve contra los humanos que conducen la nave. Las computadoras enloquecen, eso es cierto, pero por ahora sin ninguna inteligencia ni atisbo de mayor independencia de los comandos que se le dan.
En esta charla Minsky explica que una de las razones más importantes por las que no existe una computadora pensante es que la conciencia humana no existe. Anota que la palabra conciencia "es un concepto maletín" como una idea que engloba la miríada de cosas que suceden en el cerebro humano.
Sacude las manos sobre el remolino de furiosas reacciones químicas que produce el cerebro en su actividad y no encuentra nada. Para una persona que está buscando la inteligencia artificial, esta conclusión debe ser al menos demoledora. Su camino entonces es fraccionar todos los elementos que hacen a un ser humano en su vivir, tratar de reproducirlos con cierta independencia y darles a todos un mismo timbre de voz para que suene como si se tratara de una misma persona. Cómo si eso fuera la ilusión de la conciencia que tenemos todos.
Si las personas que deben dirigir un estado le hicieran caso a los psicólogos que insisten en que el yo no existe, y ahora a Marvin que insiste en que la conciencia es una ilusión, los ciudadanos tendrían la salvedad de no cumplir las leyes, o la necesidad de tener licencias de conducir para el Super-Yo y otra para el Ello. Los policias tendrían que poder diferenciar quién maneja.
Si se hace un análisis más razonable de lo que Marvin Minsky habla, podemos entender que su conclusión no surge de patear el tablero, sino de las conclusiones de muchos investigadores que afirman en escencia lo mismo: fueron hasta lo más recóndito e infinitesimal del cerebro humano y no pueden encontrar a la entidad de la que todos somos concientes, de alguna manera.
Los científicos más radicales describen al cerebro humano como una computadora cuántica. Ésta produce la conciencia en un plano simultáneo en el que no se puede ubicar el origen de la reacción sin detenerla. Algo parecido a lo que sucede al tratar de determinar la posición de una partícula.
Isaac Asimov inventó el cerebro positrónico para sus libros de ciencia ficción, posiblemente porque entendía que no se trataba de tener una computadora veloz, sino simultánea, con procesos que entregan resultados no a una entidad observable, sino a un estado. Al buscar la conciencia se buscan los cables, y podría ser mejor buscar ondas de radio.
La abstracción es una necesidad humana que nos habla más de la conciencia que el pensamiento mismo y es posible que su dirección física se encuentre en un espectro para el que tengamos que tener la mente realmente abierta.
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